EL PODER DE LA PALABRA


La palabra, un elemento que utilizamos constantemente… un elemente cargado de un poder increíble. Seguramente conocemos el mensaje sobre ser sal y luz en un mundo pecador y perdido. Estamos llamados a serlo. El mundo contaminado se descompone día a día y nosotros debemos ser ingrediente de conservación, ir contra la naturaleza pecadora de este mundo, y además, ser luz, brindar la claridad que el mensaje de Salvación tiene.

Hablamos de la trascendencia que cobra en nuestras vidas para poder hacer efectiva esta tarea, el Espíritu Santo, el cual, no solo nos guía sino también es la fuente de la luz que debemos irradiar. No es de nosotros, sino de Él.

Un elemento y/o herramienta fundamental que tenemos los seres humanos para entablar relaciones es la palabra. A tra vés de ella, junto con nuestro actuar, queda de manifiesto nuestra personalidad. Y en la labor de ser sal y l
uz, ¿Nos valemos de las palabras adecuadas para lograrlo?

Quizás la pregunta mejor formulada sería ¿Existe una relación lógica entre nuestras palabras y nuestros actos? Y esto resulta un tema controvertido. Es difícil ser herramienta, es difícil dejar que otro hable por mí, aunque se trate del mismísimo Espíritu Santo. Siempre me resultara más fácil dar mi propia opinión, emitir mi propio juicio.

Quisiera enfocarme en nuestras relaciones de palabras:


Las palabras que nos decimos a nosotros mismos.


Voy a cambiar mi forma de ser, prometo estudiar más, trabajaré más en la iglesia, hoy comienzo mi la dieta… etc.
¿Cuántas promesas nos auto cumplimos? Nos miremos al espejo, y mirándonos a nuestros mismos ojos renovemos la pregunta… nadie puede mentirse a sí mismo. La gran mayoría d e nuestras propias promesas no son cumplidas. Ya comenzamos mal.


Las palabras que decimos a los demás.


En esta área tenemos absolutamente todas las dicotomías: palabras de amor y rencor, de aliento y desprecio, de furia y de calma, de verdad y de mentira, de hombre y de Dios…

Personalmente pienso que si no me cultivo interiormente, segurament
e no tendré nada para ofrecer a otros. Básicamente si estoy enferma, no puedo dar salud a los demás. Si me miento y omito a mi misma, ¿Qué espero con el resto? Exactamente lo mismo… Así que seguimos mal…


Las palabras que le decimos a Dios.


Las considero las más graves. Porque éstas repercuten sin filtro alguno en nuestro futuro, con Dios no existen las medias tintas… Además, aunque yo las olvide Él sí las recordará: Mateo 12: 36 y 37.

En 2º Timoteo 1: 6 al 8 leemos que Dios “No nos ha dado un espíritu de temor, sino de PODER, de AMOR y de DOMINIO PROPIO.”
Pensar en estas tres palabras me llevan inexorablemente a pensar en la personalidad, la influencia y la honestidad en el lenguaje del cristiano. ¡Definitivamente no puedo solo! Es imprescindible mi dependencia absoluta con el Espíritu Santo de Dios que vive en mí para lograr todo exitosamente…

Las palabras que Dios espera que salgan de mi boca, son aquellas cargadas del poder que viene de Él, ese poder que convence de pecado, espera que tengan amor… para hablar a un mundo cargado, a mi hermano en dificultad, a mi hermano en desacuerdo, a mi familia confundida… palabras de dominio propio, que reflejen el carácter de Cristo a través mío.

No podemos solos, no puedo sola. Y Dios, en su sabiduría, ya lo sabía desde antes, por ello nos dejó SU ESPÍRITU en nosotros, para no errar, para dar en el blanco. No hay excusas, estamos llenos del AMOR de Dios, del PODER de Dios y del CARÁCTER de Dios… ¿Se refleja?