EL HÁBITO DE CREAR HÁBITOS


Los hábitos son conductas aprendidas que repetimos regularmente. Estas acciones que estamos acostumbrados a hacer, son las que nos inculcaron desde pequeños y las que nosotros mismos hemos adoptado a lo largo de nuestra vida. Así, podemos tener el hábito de escuchar música, madrugar, hacer una rutina de gimnasia, etc.


Pero también tenemos el hábito de No hacer cosas: el hábito de no leer, de no ir regularmente al médico, de no estudiar, etc.

El hacer, bien o mal, y el no hacer algo son igualmente hábitos.

En la vida cristiana esto se aplica tal cual. Todos sabemos que el aprendizaje y la constitución de una conducta no son de los procesos más divertidos y nos cuesta, nos resistimos. Sin embargo, sabemos que los buenos hábitos, las “virtudes” son buenas para nosotros, que nos hacen bien.

Revisemos los hábitos que hemos instalado o no, como buenos caminos que nos acercan en nuestra comunión con Dios: ¿qué tanto estamos acostumbrados a leer Su Palabra? O de acercarnos a Dios en oración durante el día? Lo buscamos? Es nuestro primer refugio en la tribulación? ¿Tenemos el hábito de usar las escrituras en nuestro diario andar?

Dios nos insta a adoptar estas acciones habituales:

“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esa es la voluntad de Dios (…) No apaguéis el Espíritu.” 1° Ts 5:16- 20

“Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente” Salmos 119:44

“Buscad primeramente el Reino de Dios y Su Justicia..” Mt 6:33

Orar. Alegrarse. Agradecer. Amar. Buscarlo. Guardar su palabra.

Hábitos que nos el Señor nos exhorta a tomar porque nos conoce, conoce nuestras debilidades, nuestras flaquezas y sabe que es lo mejor para nosotros. Instalemos hábitos que nos acerquen cada día a nuestro Padre. Sustituyamos aquellas malas costumbres que ponen nuestra atención y nuestros intereses en otras cosas.

En esto debemos ser creativos y prácticos, buscando las formas que nos resulten más útiles, más fáciles, de modo que podamos vencer nuestra barreras. Y por supuesto que el Señor nos llenará de motivac iones cada vez que nos encontremos con Él y vivamos experiencias maravillosas.

Para sustituir un mal hábito hay que instalar uno nuevo, de otra forma nunca podremos extirpar aquella conducta. Por ello es que debemos esforzarnos en buscar estas cosas. Porque siempre nuestras acciones hablaran más alto que nuestra voz y porque la vida cristiana se trata del ejercicio mismo, de la acción de lo que oímos, sabemos y debemos hacer.

SANADOS PARA SANAR


El Salmo 109:22 nos habla de un corazón herido. ¿Está mal tener un corazón herido? No, un corazón herido no es algo malo, pero si usted tiene uno, lo animo a recibir sanidad de Dios y seguir adelante con su vida.


En los días del Antiguo Testamento, si un sacerdote tenía una herida o una llaga sangrante, no podía ministrar. Pienso que podemos aprender de eso hoy, porque conozco un montón de personas heridas que están tratando de ministrar y brindar sanidad a otros mientras ellos mismos siguen teniendo heridas del pasado sin sanar. Esas personas siguen sangrando y con problemas. Son lo que llamo “sanadores lastimados”.

¿Estoy diciendo que esas personas no pueden ministrar? No, pero sí digo que necesitan ser sanadas. Jesús dijo que si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán al hoyo (vea Mateo 15:14). Hay un mensaje en esa declaración. ¿Cuál es la utilidad de estar tratando de ministrar victoria a otros si yo no tengo victoria en mi propia vida?¿Cómo puedo ministrar sanidad emocional a otros si yo no he tratado con los problemas emocionales que traigo desde el pasado? Para ministrar adecuadamente, primero necesitamos ir a Dios y permitir que Él nos sane. He encontrado que cuando tengo un problema de relaciones, cuando estoy lastimada o cuando alguien daña mis sentimientos, no puedo ministrar adecuadamente hasta que la situación se arregla, porque me quita fuerzas y afecta mi fe. Cuando tengo problemas sin resolver en mi vida, no soy tan fuerte como podría ser.

A Dios le gusta usar gente que ha sido herida o lastimada que se haya sanado después, porque nadie puede ministrar a otro mejor que una persona que ha tenido el mismo problema o ha estado en la misma situación que la persona que está pidiendo ayuda. Pida a Dios que lo sane donde sea que usted esté herido, así Él lo puede usar para ayudar a otros. ¡Pídale que lo convierta en un sanador sanado!

EL DIOS JUSTO


Cuando Jesús comenzó a revelárseme como Juez, temí empezar a querer que Dios diera rienda suelta a su ira sobre los que me habían herido. Pensé que podría desear venganza divina por despecho. Sucedió exactamente lo opuesto a medida que continué encontrando al Jesús de la Biblia. Si usted hace lo mismo, tratar de encontrar no solamente una vaga idea de Jesús el Juez, sino al verdadero Jesús, hallado por la meditación larga y amorosa de la Palabra, sé que esta revelación dará el mismo fruto en su corazón.


Cuando Jesús se reveló a mí como el Juez justo, alcancé a captar una vislumbre de la llama de fuego en sus ojos, que me llevó al ámbito de perdón más profundo que haya conocido. Comprender a Jesús como el testigo fiel (Apocalipsis 1:5), el que vio y oyó lo que nadie más, era lo que mi corazón había estado deseando siempre. Al ver en los ojos de Dios el fiero celo por la justicia y su determinación de hacer bueno todo lo malo, me encontré queriendo clamar misericordia para los que me habían perjudicado.

En mi estudio sobre el perdón a la luz de la revelación de Jesús como el Juez descubrí verdades de la Biblia que me ayudaron a explicar la obra que Dios estaba haciendo en mi corazón. Comprendí por primera vez que el Señor me reivindicaría, y esa verd

ad comenzó a dirigir mi corazón hacia el perdón real. Jesús vio, oyó y decidirá cómo enderezar las cosas. Importo tanto para él que su justicia exige que alguien debe pagar. O Jesús carga el pecado y considera pagada la deuda por su obra en la cruz, si la persona se arrepiente, o castigará a los infractores cuando se paren ante Él en el juicio. Esta realidad se apoderó de mi corazón.

Es fácil para los cristianos bien intencionados reducir el perdón de pecados a barrer las transgresiones bajo la alfombra, pero esto se convierte en catastrófico al enfrentar las peores atrocidades de la vida. ¿Cómo podemos barrer el abuso sexual bajo la alfombra? ¿Cómo podemos decirle a alguien cuyo corazón ha sido aplastado “Adela
nte, y no dejes que el delito te robe tu alegría”? Sin el entendimiento de que Dios vengará las injusticias cometidas contra nosotros, el verdadero significado del perdón se pierde. Para los que no conocen a Cristo como el Juez justo, un llamado al perdón puede parecer afirmar que a Jesús no le importa lo que nos pasó o que es demasiado magnánimo para que lo abrumen nuestras quejas. En lugar de ofrecer esperanza, el perdón se convierte en un mensaje de “superarlo y seguir adelante”.

La Escritura nos ofrece un enfoque totalmente diferente del perdón. A través del perdón entregamos nuestro caso a un Juez justo que lucha por nosotros. Podemos olvidar lo que pasó porque sabemos que Dios nunca lo hará. Alguien va a pagar por lo que se nos hizo. Cualquier noción de que Jesús es complaciente ante el pecado y el mal no se alinea con la descripción de las Escrituras del terror que les aguarda a los impíos cuando Cristo regrese. Vemos esto claramente en el libro del Apocalipsis.


Cuando nuestra comprensión del verdadero perdón se abarata, desarrollamos ideas erróneas acerca de Jesús que disminuyen nuestra autoestima porque creemos que no vale la pena luchar. En todo el mundo, los pobres, oprimidos y víctim
as de abusos anhelan recibir una respuesta a su dolor y sufrimiento. Jesús es esa respuesta. Él es el Juez justo, que pedirá cuentas, pero con demasiada frecuencia la iglesia tiene miedo de esta verdad.

Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha

llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apocalipsis 6:14-16 ).
Conocer a Jesús como nuestro Juez no nos convertirá en cristianos rencorosos que hablan constantemente palabras negativas de juicio y condenación. Puedo decirle por experiencia que en realidad es lo contrario. Cuando comprendemos que Jesús es el Juez, nos damos cuenta de una verdad igualmente importante: ¡que nosotros no lo somos! Jesús quiere sanar nuestros corazones con la revelación de que Él es el Juez, y nos quiere dar noticias realmente buenas para otros que están oprimidos.

Usted amará mucho más a Jesús si en su corazón le permite ser el Juez. Lo reto a que se familiarice con Aquél que dictará sentencia sobre toda la humanidad, pondrá fin de una vez por todas al pecado, y pedirá cuentas de todo el mal que se haya hecho.

CAMBIANDO EL LUTO POR ALEGRIA


El Evangelio según San Juan, en el capítulo 1 verso 12, señala: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Nosotros, los que somos hijos de Dios, estamos llenos de Él a rebosar, así que nuestra vida debe ser un ejemplo de una vida llena de entusiasmo. Otras versiones traducen la palabra “potestad” como “derecho” y “privilegio”. Así que, como creyentes en Cristo e hijos de Dios, tenemos la potestad, el derecho y el privilegio de vivir una vida que manifieste la presencia de Dios, en un sentido de gozo palpable.


En el Antiguo Testamento, se nos presenta un pasaje que contiene una simbología e imagen poética maravillosa sobre el carácter de un Dios que quiere que manifestemos su gozo. El profeta Isaías, a la altura del capítulo 61, profetiza la buena noticia de la salvación gloriosa que vendría a Sión. Isaías 61:1-3 lee como sigue: “El espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí, porque me ha ungido Jehová. Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel. a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová y el día de la venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los que están de luto; a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé esplendor en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya”.

El versículo 3 nos presenta tres imágenes para hablar de la consolación y el gozo que se le daría a los afligidos de Sión. Éstos son: “esplendor en lugar de ceniza”, “aceite de gozo en lugar de luto” y “manto de alegría en lugar del espíritu angustiado”. Los afligidos de Sión son los israelitas que, a la vuelta del exilio, esperaban con ansiedad que se cumplieran plenamente las promesas de su reivindicación contenidas en Isaías, del capítulo 40 al 55.

Existe un juego de palabras en el sonido y significado del hebreo peh-ayr, “belleza o esplendor” y epher, “cenizas”. La palabra profética realza que, en lugar de una corona de cenizas (aludiendo a la práctica de los hebreos de echarse ceniza sobre la cabeza en señal de duelo o para enfatizar el dolor por la deshonra), se le daría una corona o tiara, un ornamento para días de fiesta y júbilo.

La segunda imagen nos habla de que quitaría el luto por un “aceite de gozo”. Esto se refiere a la costumbre de verter aceite perfumado sobre la cabeza de los huéspedes en fiestas jubilosas. Jesús, como se desprende de los relatos de Mateo 26 y Marcos 14, fue honrado siendo ungido en su cabeza con perfume costoso. También el salmista David lo señala en el Salmo 23:5: “Unges mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando”, refiriéndose a los cuidados del pastor para con su rebaño.

La tercera imagen se refiere a darnos un manto de alegría en lugar del atuendo de luto. Esta imagen alude a las túnicas coloridas indicativas de fiesta y agradecimiento, utilizadas como ornamento en fiestas de júbilo. Eran piezas de ropa distinguida que honraban a sus usuarios, como aquella que se le obsequió a José en Génesis, por su padre Israel (ahora tal vez comprenda y abone al cuadro de la envidia de sus hermanos). Esta también fue la bienvenida que dio el padre del hijo pródigo a su llegada a la casa, ordenando que se le cambiara la ropa raída y maloliente por el manto primo, o los ajuares utilizados para distinguir en la fiesta a un huésped al que se quería agasajar con excelencia, según la tradición hebrea y de las ciudades del oriente medio.

Estas imágenes para mí evocan la idea de un Dios que sabe cómo transformar el luto y nuestras más sentidas pérdidas, para experimentar su presencia. Estar llenos de ella, es estar llenos de entusiasmo. La traducción de la Biblia del Peregrino escoge para “aceite de gozo” la frase “perfume de fiesta”. Algunos de nosotros utilizamos varias fragancias para perfumarnos. Tenemos aquellas de uso diario, pero también tenemos reservadas algunas para nuestras ocasiones especiales. Así que dejando correr mi imaginación, lo que evoca mi mente es contemplar a Dios perfumándonos en nuestras tristezas con un perfume delicado, vistiéndonos de ropas finas en lugar de nuestros trapos raídos por las desavenencias de la vida, hermoseándonos con prendas gratas de alegría y dejándonos saber que ha llegado el momento de la fiesta.