ABRAHAM Y LA PROSPERIDAD VERDADERA


Mucho antes de la Creación Dios ya tenía un plan perfecto ideado sin consultar con nadie. Todo lo que Él hizo, hace y hará fue, es y será conforme a ese único plan. La persona que lea bien su Biblia no encontrará en ella que Dios tenga un ‘Plan B’.



No debería extrañar, entonces, leer en sus páginas acerca del engaño diabólico; de la Caída del hombre y el mundo en el pecado; del diluvio; de Noé y su familia dando inicio a una nueva humanidad; de la Torre de Babel causando la confusión de los idiomas y la creación de naciones; de Abraham originando la tribu de los hebreos; del pedido de Dios para que Abraham ofrezca a su hijo en sacrificio y así convertirse en padre de los creyentes; de Jacob iniciando la nación de Israel; de José salvando su familia del hambre; de Moisés legislando los Mandamientos a un Israel rebelde; de los israelitas exigiendo el fin de los jueces; de Israel pidiendo un rey como las naciones paganas; de David recibiendo la promesa de un reino sin fin; de los profetas de Dios asesinados por denunciar el pecado (‘Juan el bautizador’, el último de ellos); del nacimiento, ministerio, crucifixión, resurrección y ascensión de Jesucristo; de la venida del Espíritu Santo; del nacimiento de la iglesia; de la expansión progresiva del Evangelio a todas las naciones del mundo. Esos hechos tienen sus correlatos históricos basados en el ‘Cronos’.

Pero, los cristianos sabemos que estaban de antemano definidos en Su propósito eterno, conforme al ‘Kairós’ de Su plan perfecto. Nada de lo que ya sucedió, suceda o haya de suceder está ausente del plan con el que ello cumpla, más tarde, más temprano o en el momento justo, con el propósito de Dios.

EL LIBRO QUE PROSPERA A QUIEN LO LEE
La Biblia es la crónica de los hechos de Dios por amor a Su creación, y de los hechos de los hombres que se obstinan en vivir rebelados contra ese amor y el Plan perfecto; la historia de hombres que prefirieron agradarse unos a otros y a sí mismos antes que a su Creador, y también de los que obedecieron a Dios por confiar en Él.

Dios conoce bien lo que hay en el corazón del hombre, pero este casi siempre ignora lo que hay en el de Dios.

Hay cristianos convencidos de que es propósito de Dios incluir en Su iglesia al Estado de Israel o a los israelíes. Muchos de ellos tienen esperanza en que la historia que escribe esa nación fundada el 14 de mayo de 1948 sea de bendición para la iglesia; por eso llegan a defender a ultranza todo lo relacionado con la ‘marca’ Israel, y lo que provenga de la acción de sus gobernantes torciendo las Escrituras para justificarse.

La historia de la iglesia en misión lleva casi dos mil años y por ella sabemos que los judíos persiguieron a los cristianos desde Jerusalén por Asia Menor, Grecia y Roma. Además, el persistente y violento ataque de los legalistas y judaizantes contra las iglesias locales obligó a los apóstoles a desarrollar lo que conocemos hoy como apologética del Evangelio. Enseñaron y exhortaron contra los falsos maestros y profetas infiltrados en las iglesias cuya meta es terminar con la fe cristiana, aunque con ello se deba exterminar a los cristianos.

Es obvio que Dios no aprueba todo lo que hagamos los humanos, aunque por un tiempo nos permita hacer lo que no le agrada. Dios Padre ha establecido a Jesucristo como Señor de la Historia y ha puesto todo y a todos bajo su control; porque Él es el único que sabe lo que sucederá y ha de hacer, en Su sola voluntad. Esa es la poderosa razón por la que un cristiano debiera inhibirse de tomar partido a favor de la ‘limpieza étnica’o de las ‘intifadas’ en el mundo secular.

Al mismo tiempo, los cristianos tenemos la obligación de denunciar todo intento de imponer una política o una creencia por medio de acciones forzadas o violentas, vengan de donde vengan y contra quien o quienes se ejecuten. Es obvio que estas denuncias deben plasmarse en acciones pacíficas basadas en el Derecho, pero nunca invalidando el consejo de las Escrituras como un todo.

La Palabra de Dios enseña que en las iglesias locales, el creyente está llamado a no confrontar con los que traicionan a Jesucristo; también a no quedarse de brazos cruzados viendo como avanzan con sus herejías. La recomendación escritural es clara y precisa: no se debe recibirles ni juntarse con ellos, sino darles a conocer a Quien vino a reconciliar al hombre con Dios; porque a paz nos ha llamado el Señor.

Por eso considero pertinente preguntarnos, una vez más: ¿Debe el cristiano anhelar y obtener la prosperidad prometida por Dios en el Antiguo Testamento?

Nos abocaremos ahora a estudiar la relación que hay en el AT entre la obediencia a Jehová Dios y la bendición que Él envía a sus escogidos. Comenzaremos por Abraham, que muchos presentan como el símbolo de la prosperidad, enseñando a los cristianos que deben imitarle. Lo haremos advirtiendo que son muchos los que no toman en cuenta la verdadera historia de Abraham, por desconocerla o por no convenir a sus propósitos.

Las Escrituras enseñan que el Abram de Ur de los caldeos y el Abraham padre del pueblo hebreo son una misma persona, pero transformada a lo largo de los años conforme al propósito soberano de Jehová Dios. Abram es un nombre antiguo, que en hebreo se forma con ab: "padre", y ram: "alto, excelso"; con lo que podría significar: "el padre alto o excelso". Cuando Jehová Dios le cambia el nombre por Abraham pasó a significar "padre de una multitud de gentes", "padre de todos los creyentes", aunque no tenga una etimología exacta.

LA PROSPERIDAD DEL PACTO DE DIOS CON ABRAM 
Dios esparció a los humanos por la tierra tras el fallido intento de ellos para construir una torre que llegase al cielo; la idea era de hacerse de ‘un nombre’ y tener una reputación donde fueran si tuviesen que separarse. De hablar un solo idioma ahora todos pasaron a hablar diferentes lenguas. Las naciones, descendientes de Noé, dieron la espalda al conocimiento de Dios, y fueron entregados a una mente reprobada; desarrollaron el sistema pagano, pervirtiéndose al punto de oscurecer u olvidar las verdades transmitidas por los descendientes de los antiguos patriarcas. En este contexto de perversión de las relaciones naturales que Dios había creado  (6)  nacen Abram, Nacor y Harán. Estos eran hijos de Taré, la décima generación de Sem, hijo de Noé.

Taré se estableció con su familia en Ur de los caldeos donde se asume que fueron prósperos negociantes y tenían una buena posición pues pertenecían a tribus de comerciantes y artesanos; por lo que se cree que Abram nunca habría sido pobre en su juventud. Súmese a esto que el grado de urbanismo de los caldeos era muy desarrollado para comprender mejor la situación.

Algunas características de estos semitas: eran idólatras, no creían en Jehová, se guiaban por la astrología, usaban talismanes, practicaban la magia y tenían otros dioses. Hay los que ven en el relato bíblico que Abram era henoteísta y que, al sentirse atraído por Jehová Dios, despreció a los demás dioses del politeísmo.

La Escritura afirma que a la muerte de uno de sus hijos, Taré sale de Ur de los caldeos con Abram, Sarai y su nieto Lot (huérfano de Harán) como para ir a Canaán. Pero se establecen todos en el sitio donde habrá de morir Taré.

Abram tenía ya 75 años cuando Jehová Dios le manda dejar la casa paterna en Harán e ir al lugar que Él le mostraría para bendecirlo si lo hiciera, prometiéndole “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.”    

La bendición que habría de recibir se extendería no solo a su descendencia sino a todas las familias de la tierra. Esto incluye a los gentiles, es decir a todos lo que no pertenecieran a la nación que Dios escogería más adelante como Israel.

Abram obedece a Dios y se establece en Canaán durante diez años. Recorre la tierra entregada a él por Dios y en ella comienza a invocar el nombre de Jehová. Cuando una terrible hambruna asuela la tierra Abram emigra al fértil Egipto. En el camino descubre la belleza de su esposa Sarai y urde la trama de hacerla pasar por su hermana (lo era por parte de padre) por temor a los egipcios. Como era de esperar el Faraón es atraído por la hermosura de Sarai; sin embargo, al tomarla para hacerla su esposa Dios envía un rápido castigo sobre los egipcios. Descubierto el engaño, Abram es expulsado, aunque le proveen con enormes riquezas como para que no se le ocurriese regresar.

De regreso de su aventura, Abram adora a Jehová en el altar que había construido en Neguev antes de emigrar a Egipto. Sus posesiones eran tantas que no alcanzaba la tierra para ser compartida con su sobrino Lot. Por ello, poco después, se separan en buenos términos y Lot elige vivir en las ciudades de la llanura.

Podríamos decir que, debido a su gran prosperidad, es que Abram se ve forzado a obedecer respecto de dejar su parentela. Pero, debido a la maldad de los de Sodoma, Dios le hace ver a Abram la tierra que le promete dar si abandona el lugar donde acampaba y le dice:

 “Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré.”

Abram obedece y va hacia Canaán; fija su nueva residencia en Hebrón; ya en el encinar de Mamre, levanta un nuevo altar a Jehová.Enterado de que Lot es prisionero en Sodoma organiza un pequeño ejército y marcha en rescate de su pariente. Tras su éxito, Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, lo sorprende compartiendo con él pan y vino y bendiciéndolo; Abram responde dándole el diezmo de todas sus posesiones; además, despacha al rey de Sodoma sin aceptar su mundana propuesta.
Podemos afirmar que recién aquí Abram comienza a comprender que está tratando nada menos que con  el Dios Altísimo que creó los cielos y la tierra. A pesar de irle tan bien, Abram se lamenta ante Dios debido a su falta de descendencia; entonces, Dios le confirma la promesa de que tendría un hijo que habría de heredarle:

 “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra.” 

Ésta es la primera mención bíblica de la fe que justifica al pecador. A su pregunta de cómo iba a saber él que iba a poseer la tierra, Dios dispone con él un pacto con sacrificio, como era la costumbre en Oriente.
Este pacto fue unilateral pues fue confirmado únicamente por Dios, actuando como una antorcha de fuego que pasaba en medio de los animales divididos, mientras Abram había quedado rendido por el cansancio.

Dios se ligó incondicional y unilateralmente a Abram por este pacto, en el que no hubo activa participación del lado humano. Jehová también prometió darle la tierra que va del Nilo al Éufrates. Sin embargo, el costo de este pacto sería muy alto: la descendencia de Abram sería esclavizada y oprimida en tierra ajena por 400 años; a pesar de que no vería el cumplimiento de ella, la fe le hizo creer a Jehová y ser justificado.

Nuevamente Abram cree cuando Jehová le promete hacerle  padre de muchedumbre de gentes  y su nombre de nacimiento es cambiado por uno nuevo: Abraham. La condición es que tanto él como su descendencia deberían guardar el pacto a perpetuidad; y el creyente Abraham obedece circuncidando a todos los varones de su comunidad, y él mismo.

El rito de la circuncisión (‘corte en redondo’) es una operación en el miembro viril ordenada por Dios como señal del pacto que hizo con Abraham y su descendencia y como sello de la justificación por fe. Significaba la consagración a Dios de un pueblo separado del mundo: ‘el pueblo escogido de Dios’. ‘Circunciso’ vino a ser sinónimo de ‘israelita’ e ‘incircunciso’ de gentil. Cuando el pacto fue dejado de lado por los de Israel, el rito devino en una mera formalidad externa; es allí que Dios dice de Israel que tiene el ‘corazón incircunciso’.

Esteban, primer judío mártir de la iglesia de Cristo, fue condenado por decir lo mismo ante el Concilio judío:

 “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.”  

Pablo presenta a Abraham como  ‘padre de la circuncisión’ .El apóstol de Jesucristo a los gentiles explica que Abraham es el padre de aquellos que creen; los que son verdaderamente el pueblo separado por Dios. Y avanza sobre esta base afirmando que la circuncisión es el tipo de la crucifixión de la carne con todo lo que significa para la nueva vida del creyente en Jesucristo.

Nótese bien que lo sobrenatural del pacto tiene que ver con la recompensa de Dios basada en Su fidelidad a Su promesa. Dios estableció un pacto no en Abraham (que estaba vivo), sino en Isaac - nombre elegido por Dios - ¡un año antes de nacer el hijo prometido! Abraham no pudo contener la risa y pensó en su corazón:

 “A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir?” 

Pero, humano al fin, Abraham sigue ligado a su parentela y sufre por el destino de Lot y su familia. Entonces, intercede por Sodoma y Gomorra por amor a su sobrino. En su gran misericordia, Dios le concede su petición antes de destruir las ciudades pecaminosas.

No obstante, ya establecido en Neguev, Abraham sigue mostrando su naturaleza y tiene con Abimelec un incidente similar al que había tenido con Faraón en Egipto a causa de hacer pasar a Sara como su hermana y no como su esposa.

Dios prueba al máximo a su siervo Abraham pidiéndole que sacrifique a Isaac. A pesar de no tener ya consigo a Ismael –a quien mucho amaba- y de lo que significaba Isaac tanto para él como para Sara, Abraham obedece a Jehová. A último momento un enviado divino impide el sacrificio proveyendo el cordero, como muestra la obra de Rembrandt que ilustra esta nota. El pedido de Jehová y la respuesta de Abraham es la sombra de la magna obra que vendría a cumplir el unigénito Hijo de Dios, el cordero sin mancha que quita el pecado del mundo.

Frente a ella, no puedo dejar de pensar en nuestro Señor Jesucristo visto por el profeta Isaías cuando dice de Él: “ Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho;”  

Supongo que, a esta altura, comprendemos que predicar que los cristianos podemos ser prosperados como Jehová Dios hizo con Abraham es una herejía. En lugar de eso debería predicarse que los nacidos de nuevo por obra del Espíritu Santo somos la prosperidad que Jehová prometió a Abraham. El ‘amigo de Dios’ nos recibiría como herencia; esa herencia tan numerosa como incontable son las estrellas del cielo, el fruto que vio Jesús en forma anticipada para fortalecer su espíritu al ir a la cruz para morir voluntariamente por nosotros.

¿Puede haber mejor prosperidad que ésta, que Él habite por fe en nuestros corazones?

LA CREACION Y LA PROSPERIDAD


 ¿Debe el cristiano anhelar y obtener la prosperidad prometida por Dios en el Antiguo Testamento?


No es una pregunta ociosa, tampoco capciosa. Estos son tiempos difíciles en los que cobra verosimilitud aquel dicho vulgar: ‘de todo hay en la viña del Señor’. Es un lugar común encontrar, tanto en el mundo como en grupos de cristianos, gente dispuesta a aceptar cualquier enseñanza sin indagar qué hay detrás de ella.
Para diferenciarnos preguntamos, no con el afán de confundir sino de acercarnos a la verdad.

Quizás el más ruin de los engaños es el que siembran los falsos judíos desde el inicio mismo de la iglesia, dos milenios atrás. Con gran astucia logran que muchos de los creyentes nuevos se presten ingenuamente a mezclar su naciente fe en Jesucristo con el pasado, presente y futuro de Israel.

En esa multitud de falsos maestros destacan pastores de mega iglesias y millonarios telepredicadores muy hábiles en lucrar con esa versión adulterada del Evangelio. Emocionan a sus miles de admiradores con las promesas del Antiguo Pacto dirigidas a Israel. Sacan de contexto la prosperidad de Israel y engrosan sus cuentas bancarias sin ningún pudor .

Se aprovechan de los que olvidan –o porque no leen- que el Antiguo Testamento no comienza con Israel sino mucho antes, con el relato de la Creación. En el primer libro de la Biblia judeo-cristiana leemos:

 “ Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. 
 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.  
 Y los bendijo Dios, y les dijo:  
 Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. 
 Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. 
 Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer.  
 Y fue así. Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.”    

LA PROSPERIDAD, PARTE DEL PLAN DE LA CREACIÓN
Este relato tan simple como rotundo es aceptado por las tres creencias monoteístas que sostienen que Dios es el Creador del Universo. No obstante, desde el inicio es necesario aclarar que, mientras judíos y cristianos aceptan el relato in toto, los mahometanos solo aceptan las referencias que de él hace el Corán; las que haríamos bien en conocer pues contienen importantes diferencias con la Biblia.

Hecha la aclaración, dejando de lado preconceptos y prejuicios, analicemos el texto citado. Preguntémonos:

¿Hay en la Creación una relación directa con la prosperidad como meta del ser humano? Veamos:

1. NATURALEZA SOBRENATURAL DE UN CREADOR SINGULAR Y PLURAL.
Dios crea al hombre recién después de establecer los elementos básicos y la riquísima diversidad biológica que le servirían de escenario sostenible y único, en el que nada faltaría para que su genial obra viviese, fructificase y perdurase; en suma: prosperase.

La pareja humana recibió la orden de sojuzgar y señorear, acciones que definen el dominio y la soberanía del Creador. No teniendo necesidad de consultar con nadie para proyectar y ejecutar su plan, Dios delegó en el hombre y la mujer la tarea de administrar el orden de la creación; la haría en permanente diálogo con el Creador.

El Señor confió al hombre la prosperidad que consiste en saber administrar la perfecta armonía de lo sostenible. Ella incluye gozar de la tarea, disfrutar con responsabilidad del fruto que genera en cada ciclo y estación del año; y, fundamentalmente, el goce incomparable de obrar en estrecha comunión con el Creador y sustentador de la vida. Él vio que todo lo que había creado era bueno en gran manera; por esa causa sus colaboradores podrían actuar confiando en la bendición con que el Creador los puso en funciones; esa era la mejor garantía para su éxito.

2. RASGOS DEL MODELO.
El artista normalmente trabaja sobre la base de un modelo. Dios no necesitó de uno; nada de lo que Él había creado le servía de modelo para hacer al hombre. Lo maravilloso es que partió de Sí mismo:

 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”  (4) .Hizo tal como lo había propuesto cuando dijo:  “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” .

Como podemos apreciar existe una absoluta coherencia entre Su plan y la ejecución del mismo.
¿Qué importancia tiene esta afirmación con nuestro tema? Vale la pena investigarlo.

La palabra hebrea para  imagen es  "tzelem"  que deriva de otra más breve:  "tzel"  que significa  "sombra" ,  que es lo que aparece junto a cualquier objeto que recibe la luz solar. Hay otra relación digna de mención: el nombre  “Bezaleel”(Betzale’el)  que literalmente significa  "a la sombra de Dios" 

Bezaleel fue la persona encargada por Dios para construir el Tabernáculo y todos sus utensilios. Con el Tabernáculo y lo que equipaba su interior los antiguos israelitas podían acercarse a Dios en el culto. En resumen, podemos ver en el relato del Génesis que el ser humano es la sombra de Dios; y que, en muchos aspectos refleja Su perfección y belleza cuando le rinde culto al Dios que hizo los cielos y la tierra. Pero, a su vez, Dios es la sombra bajo la cual el hombre se siente protegido, reconfortado y movido a la adoración  (7) .Ahora bien, los verbos son conjugados respetando la singularidad o pluralidad del pronombre. Sin embargo, el relato del Génesis sorprende pues nos presenta a Dios (singular) diciendo: ‘Hagamos’  (plural). No solo eso, sino que el  ‘hombre’  (singular) es creado por Dios como ‘varón y hembra’  (la conjunción ‘y’ forma el plural de dos).

Esta aparente inconsistencia gramatical nos da pie para seguir indagando. El Creador, que se presenta como Uno y que, simultáneamente, nos habla en plural está mostrando una característica Suya que será transmitida al hombre en virtud de su multiforme creatividad. El dador y sustentador de la vida nos está dando a conocer Su propósito de imprimir en Su criatura aquellos rasgos de Su persona que reflejan no solo Su indiscutible autoría sino también Su proverbial generosidad.

El capítulo 5 del Génesis repite el acto de la Creación e inaugura una genealogía que no menciona a los primeros dos hijos de Adán y Eva. Con Abel muerto a manos de su hermano y Caín cargando su culpa y errante por el mundo, Dios levanta una nueva descendencia en Set. Es interesante leer que, acerca del nacimiento del tercer hijo de Adán y Eva, la Escritura dice:

 “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set” (negritas del autor)  

Nótese: Adán fue creado a imagen y semejanza divina; Set a imagen y semejanza de su padre Adán; porque este ya no podía transmitir la imagen y semejanza de Dios en su plenitud, sino la imagen y semejanza resultantes de un hombre caído y degradado a causa del pecado.

La prosperidad dejó de ser un don gratuito; ahora se había convertido en una meta a ser alcanzada solo a través del duro trabajo y el sufrimiento causados por el engañador y por la maldición de la tierra. Administrar la Creación dejó de ser una tarea placentera y llegaría a convertirse en una pesada obligación. El padre de mentira con su engaño trajo tardíamente a la realidad al hombre; vivir sería para él una diaria y dura batalla a librar entre el bien y el mal.

LA TENTACIÓN OFRECE FALSA PROSPERIDAD 
La pareja humana vivía sin culpa mientras tenía comunión con Dios. Bastó que el engañador tentase a la mujer para que los dos fueran infieles a Dios y conocieran en carne propia el estrago de la culpabilidad. ¿Qué hizo el enemigo de Dios para engañar al hombre? Puso en duda la palabra del Creador, relativizó la importancia de sus instrucciones a largo plazo y sugirió que saber desde el principio el bien y el mal los haría ser como Dios.

En suma: les abrió un atajo para llegar más rápido a la meta. En esto consiste, precisamente, la falsa prosperidad: en alcanzar en el corto plazo lo que mucho se desea tener. Ese es el espíritu de engaño que cautiva a las mentes de los débiles. Astutamente, el diablo ocultó el hecho de que el hombre y la mujer habían sido creados a imagen y semejanza de Dios.

No es veraz aquella persona que solo dice una parte de la verdad y silencia otra. Tampoco es cierto que una mentira sea necesaria en ciertas ocasiones (las mentiras ‘piadosas’); algunos viven diciendo ‘mentirillas’ todo el tiempo y terminan construyendo un falso relato de la realidad del que quedan prisioneros de por vida.

A causa de la desobediencia del hombre, la creación entera fue sujetada a la vanidad del pecado. El hombre se multiplicó, pero no creció; prosperó cuantitativamente, pero empeoró cualitativamente. El egoísmo se desarrolló al punto de que todos se preocupasen por su nombre, familia, o clan, así fuese ejerciendo violencia sobre los demás. La relación con el Dios creador cesó y se inventaron dioses con el fin de satisfacer caprichos. Sin embargo, Dios tuvo paciencia con la descendencia de Adán y Eva hasta los días de Noé (significado en hebreo: ‘descanso’), hijo de Lamec.

Noé es el paradigma del que vive en obediencia a Dios no importando el coste. Construyó el arca de madera de gofer durante 120 años, tal como había sido instruido. Paralelamente, tuvo que soportar lo que hoy llamamos bullying de sus contemporáneos cada uno de los 43.200 días que le insumió esa tarea. En todo ese tiempo no acortó camino; fue sostenido en su tarea por el Espíritu de la promesa. Eran días en que ya no había temor de Dios; fue una etapa que la humanidad desaprovechó por preferir el atajo que conduce a la efímera prosperidad, antes que el camino que lleva a la prosperidad intangible pero eterna.

LA PROSPERIDAD DE ISRAEL ES CONDICIONAL 
La Escritura afirma que a partir del nacimiento de Enós (nieto de Adán y Eva)  “los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” Muy pocos se detienen a escudriñar cuándo ocurrió esto. La invocación del nombre de Dios está ligada a la salvación en las Escrituras mucho tiempo antes de que naciese Jacob. Solo muchos siglos después el pueblo de Israel invocaría el nombre de Jehová.

Pasan por alto los que leen sin entender lo que leen, que la maldad de los humanos llegó a multiplicarse de tal manera que Dios decidió poner fin a la vida sobre la tierra mucho antes que existiera Israel. Sin tomar en cuenta el caso excepcional de Enoc que fue transportado a la presencia de Dios, solo una persona quedaba a quien Dios considerase justa: Noé.

Con Abel, Enoc y Noé, la Biblia nos enseña que Dios tiene escogidos. Esto no quiere decir que haga acepción de personas ya que, a causa del pecado, destituyó a todos de Su gloria, sin excepción, con lo que revela Su justicia.

Pero, el hecho de que nuestro Dios no tenga favoritos con méritos propios no va en detrimento de Su soberanía; porque Él es soberano hace uso de misericordia con los que Él quiere. La descendencia de Noé en la genealogía de Lucas es un buen ejemplo de ello. Allí presenta a José como judío descendiente de una cadena de escogidos que comienza en Dios para continuar en Adán, Set, y luego entre muchos otros en Noé, Sem, Abraham, Isaac (todos ellos vivieron antes de Israel) y recién entonces incluye a Jacob (Israel), Judá y, en su muy larga lista a David.

Los que confiamos en el Dios del Génesis no tenemos ningún problema en aceptar que somos sus escogidos, aún no teniendo méritos para serlo. Reconocemos que Él es Justo y toma decisiones como Soberano; no hay ninguna contradicción en ello. Balaam lo definió así:

 “Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”   

En nuestra próxima nota estableceremos algunas verdades bíblicas que demuestran que la prosperidad prometida en el AT está condicionada a la estricta obediencia a los mandamientos de Dios por parte de Sus escogidos.

A partir del momento en que comprendemos que el Antiguo Pacto de Dios con el hombre apunta a Jesucristo, y que en el Hijo unigénito de Dios se cumplen la Ley y los profetas, recién entonces, comenzamos a comprender la calidad de vida prometida por Jesucristo en su evangelio a los que creen en Él.

Como veremos más adelante, la prosperidad prometida a Israel en el AT aún no les ha llegado a los judíos. Porque gracias a que ellos se rebelaron contra Dios la salvación eterna con la verdadera prosperidad nos llegó a los gentiles.

PROSPERIDAD DE ISRAEL EN EL TIEMPO DE LOS REYES

Si comprobásemos que por la misericordia de Dios el pueblo rebelde de Israel era convencido de su error, se arrepentía y luego era prosperado, deberíamos preguntarnos si con los cristianos el Señor opera de la misma manera aún hoy.


Una de las características de los israelitas era su inconstancia; pasaban de unos pocos años de prosperidad a largos períodos de sufrimiento que incluían sangrientas derrotas, duros cautiverios, largos lamentos y desconsolado llanto.

Tras establecerse en Canaán, la fértil tierra prometida, no pasaría mucho tiempo antes de que los israelitas olvidaran la sobrenatural manera en que Jehová Dios les había abierto camino y guiado en sus años de peregrinaje.

Comienza el tiempo en que dejarán su vida nómada y semi sedentaria, para convertirse en agricultores. Ya en tierra propia desarrollaron sus habilidades artesanales, dejaron de vivir en tiendas, construyeron viviendas con materiales locales, adobe y paja; hicieron el Tabernáculo que remplazó al del desierto. “Josué está a punto de culminar la obra comenzada por Dios con Moisés, cuando divide la tierra entre las tribus; entonces levanta nuevamente el tabernáculo en Silo, en la porción asignada a la tribu de Efraín, y así se cumple la profecía de Jacob a Judá” .

I. PROSPERIDAD DE ISRAEL: PERÍODO DE LOS JUECES 
Podemos distinguir tres etapas bien definidas dentro de ese período conocido como ‘de los jueces’:

1. REPARTO DE LA TIERRA Y COMPROMISO DE SERVIR A DIOS 
Esta primera etapa comienza en los últimos años de vida del líder Josué. Obedeciendo a Dios, el sucesor de Moisés ya había procedido a circuncidar a todos los varones que habían cruzado en seco el Jordán y también había asignado por sorteo las tierras que tocarían a las tribus de Israel, tomando en cuenta las que Moisés ya había asignado al este del río Jordán a Rubén, a Gad y a la mitad de la tribu de Manasés. Recordemos que la parte de la tribu de José fue dividida entre sus hijos Efraín y Manasés; también, que la de Leví – cuyos hombres no luchaban pues estaban consagrados al sacerdocio - no recibió tierra pues su parte de la heredad era el mismo Jehová Dios.

Había un detalle nada pequeño, esas tierras estaban habitadas por antiguos reinos paganos. Tomar posesión de ellas significaba que las nueve tribus y media (la otra mitad de Manasés) primero debían expulsar a sus moradores. Eso implicaba librar batalla contra los ejércitos de muchos reyes vecinos que no las dejarían sin oponer resistencia.

Al final de su libro, leemos que Josué reúne a todo el pueblo y les recuerda –uno por uno - los hechos de Jehová Dios a favor de sus antepasadosy los motivos por los cuales Él los había escogido como pueblo. Luego, les hace ver que ellos no habían obrado de manera alguna para merecer nada de lo recibido, con estas palabras:

 “ Y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis. 
 Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová.”  

El pueblo responde unánimemente con el compromiso de servir a Jehová. En prueba de su decisión los israelitas levantaron un memorial de piedra en Siquem, para testimonio de que no serían infieles a su palabra.

El primer capítulo de Jueces muestra al pueblo consultando con Dios antes de obrar. Conforme a las instrucciones que reciben deciden avanzar y arrojar de sus tierras a los cananeos y ferezeos que la habitaban. Los que conquistan Jerusalén la queman; pero dejaron vivir con ellos a los jebuseos que la habían fundado. A medida que se hizo fuerte Israel dejó de perseguir a los cananeos y a los amorreos convirtiéndolos en sus tributarios.
Esta etapa se cierra con la certeza de que Israel fue prosperado por Dios mientras le sirvió con fidelidad:

 “Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel.” 

La conclusión nos habilita a preguntar qué pasó después. Como veremos, Israel no siguió obrando de igual manera.

Tener memoria de las obras de nuestro Dios nos ayuda a tener fe en Su fidelidad. Pero, Él por ser justo y no deudor, habrá de pagarnos a cada uno conforme a nuestras obras.

2. ISRAEL PROSPERA, Y ADORA A BAAL Y ASTAROT (ASERA)   
La segunda etapa comienza con la generación que sigue a la de Josué y a la de los ancianos que gobernaron después de él. Esa generación, lejos de mejorar el estilo de vida recibido de sus antecesores, se rebela y actúa con maldad. Dice así el texto:

 “Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Jehová. Y dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot. 
 Y se encendió contra Israel el furor de Jehová, el cual los entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos. Por dondequiera que salían, la mano de Jehová estaba contra ellos para mal, como Jehová había dicho, y como Jehová se lo había jurado; y tuvieron gran aflicción.”   

Como se ve, no tener una relación cercana con Dios fue el motivo de que Israel, a medida que se urbanizaba, fuera adquiriendo hábitos en los que predominaban culturas paganas. Poco a poco el pueblo de Dios dejó de parecerse a lo que había sido y se mimetizó con pueblos ambiciosos, egoístas, codiciosos y altaneros. Les ocurría que cuando más tenían menos conformes estaban y más irascibles se ponían. Entonces se volvieron insaciables y quejosos.

¿Podrían disfrutar de su herencia, si volvían la espalda al Único que les daba pruebas de amor, rectitud y fidelidad? Paradójicamente, estaban dispuestos a pagar con sus vidas el goce efímero de la prosperidad que procuraban. Ningún juez gobernó como jefe supremo porque su función no era lograr la unidad nacional, sino resolver los problemas puntuales de la vida diaria. La unificación ansiada tuvo que esperar  hasta que llegaron los reyes .

3. DESVENTURAS DE ISRAEL Y MISERICORDIA DE JEHOVÁ 
El pueblo vivía de tal manera que cada uno hacía lo que mejor le parecía; de esta manera alimentaban la anarquía. Jehová Dios respondió levantando a un número de hombres y a una mujer de gran carisma en quienes infundió un poder sobrenatural para juzgar a esa gente difícil y rebelde. Ellos fueron: Otoniel, Aod, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Tola, Jair, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón, Sansón, Elí y Samuel (estos dos últimos sacerdotes levitas) .

En sus tiempos soberanos Jehová Dios puso y cesó en sus funciones a estos jueces sin seguir una cronología institucional determinada; respondió, eso sí, a los cambiantes humores en la vida de los israelitas; lo que daba lugar a ciclos repetitivos de distinta duración. Cada uno de esos ciclos tenía cuatro fases:

A. Prosperidad. Cuando Israel era prosperado por obedecer a Dios se sentía autosuficiente, olvidaba enseñanzas de los patriarcas; caía en idolatría, perdía el temor de Dios, y como consecuencia le sobrevenía todo tipo de males.
B. Apostasía. Dios les enviaba un juez que les hacía ver su rebeldía a la Ley y sus constantes desvíos del Libertador que los había sacado de la esclavitud en Egipto.
C. Arrepentimiento. El pueblo reconocía su pecado, se arrepentía, se humillaba y clamaba a Dios por liberación de sus enemigos y de sus numerosos males.
D. Liberación. Movido a misericordia, Jehová Dios intervenía liberando a Israel de su nueva esclavitud; y lo reconvenía para que no reincidiera. Sin embargo, el pueblo prosperado por Dios reincidía y el ciclo se repetía una y otra vez comenzando por A.

Sus desaciertos se multiplican, cansados de ellos, los israelitas reclaman al anciano Samuel por un rey. Veamos, brevemente, cómo comienza y termina este segundo período histórico del pueblo que quiso prosperar por su cuenta.

II. PROSPERIDAD DE ISRAEL: PERÍODO DE LOS REYES 
El deseado hijo de Ana consagrado por esta insigne mujer al Señor que se lo dio, ya ha envejecido tras suceder como juez a Elí. Pero, sus hijos no se conducen en el temor de Jehová como lo había hecho siempre Samuel. Los ancianos se apoyan en esta situación y se presentan ante el líder indiscutido y razonan con él como mundanos. Le piden que les constituya un rey, como tienen todas las naciones. Ya no quieren ser el pueblo cuyo rey es Dios. Suponen que hubieran prosperado más si ellos hubiesen dirigido su propio destino. Por eso, desean hacerse de un nombre, alimentar su autoestima; honrar su nacionalidad, seguir escribiendo esa historia en cuyas etapas creen mostrar suficientes pruebas de capacidad y honor. ¿Acaso no son ‘el pueblo escogido’ de la Roca de Israel?  

Pero, ese pedido no es más que carnal; esos israelitas no han recibido aún la visión que el Rey dará a David en sus días postreros respecto del Mesías, el Rey de reyes cuyo reino no tendrá fin  ( .

Después de orar y consultar con Dios, Samuel dialoga con ellos y les transmite el mensaje que viene del Cielo. Si optan por tener un rey aparte de Jehová, deberán enfrentarse con una serie de situaciones para la que ellos no están preparados. No es lo mismo creer y esperar en el Señor, que exigirle la provisión de herramientas de autogestión. Pero ellos no quieren oír lo que el Rey les aconseja a través del sabio guía y, finalmente, logran lo que buscaban. Dios condesciende con ellos como tantas veces hizo y hará, y en su misericordia habrá de darles oportunidad de comprobar que no es con un rey, ni con ejército ni con espada sino con Su Santo Espíritu que se prospera de verdad. Sin embargo, esto les llevará tiempo aprender por vía de la experiencia.

No trazaremos comparaciones entre Saúl, el rey unilateralmente exigido por Israel y David, el varón que Dios escogió ‘conforme a su corazón’.Preferimos dejar atrás las historias del bravo guerrero Saúl y su entronización popular como primer rey, pero contrariando a Jehová y a su fiel servidor Samuel. También soslayaremos las incomparables páginas escritas por David, valiente joven respetuoso de su rey, a quien las mujeres del pueblo agasajaban cantando  ‘Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles’  después de vencer con su honda al gigantesco filisteo, Goliat, en el nombre de Jehová.

Nadie hablaba por entonces del rencor criminal con que Saúl persiguió a quien le sucedería en el trono y recibiría el encargo divino de proyectar el primer templo en Jerusalén. Pocos conversarían ya de la época de esplendor y prosperidad que decoró el reinado de Salomón, constructor del primer templo. Todos hablan ahora de un solo tema: el desencuentro que culmina con la división del reino. Las diez tribus que siguen con el nombre de Israel son ahora el Reino del Norte, y Judá pasa a ser el Reino del Sur.

Este no es un estudio sobre los reyes de los dos reinos, sino una mirada general sobre la monarquía y su influencia en la eventual prosperidad del Israel antiguo. El objetivo único es saber si allí podemos encontrar indicios que justifiquen el hecho de poner a Israel como paradigma de la prosperidad a ser deseada por todo cristiano.

Desde Jeroboam a Oseas el Reino del Norte ofrece unas características francamente negativas. De ninguno de sus 18 reyes comenta la crónica bíblica que haya hecho lo bueno a los ojos de Dios. Por el contrario, fueron asesinos, profanaron el sacerdocio ordenado por Jehová y fabricaron ídolos de animales. Los peores fueron Omri y Acab. Son alabados Joram, solo por haber eliminado la adoración de Baal, Jehú por matar a los profetas de Baal y tener un gran celo por el Señor, y Joacaz porque al final de su reinado se arrepintió ante Jehová e Israel fue rescatado de la opresión enemiga. De hecho, debido a la reiterada rebelión contra Dios, Oseas es derrocado por los asirios y los israelitas son llevados en cautiverio.

Roboam, hijo de Salomón es el primer rey del Reino del Sur (Judá) aunque asumió antes de la división. Los ancianos le habían aconsejado reducir la carga impositiva impuesta por su padre, a lo que se negó siguiendo el consejo de los más jóvenes. Esta decisión sublevó a las tribus, diez de las cuales se separaron nombrando a Jeroboam como su rey. Roboam tuvo que abandonar Siquem y refugiarse en Jerusalén. En adelante, se sucederían frecuentes enfrentamientos armados entre el Norte y el Sur, hasta la invasión del Reino del Norte por los asirios.

Hubo 20 reyes en Judá que reinaron por mucho más tiempo que los de Israel mientras este existió como reino. Roboam regresó a Dios después de apartarse por largo tiempo; solo seis reyes obedecieron a Jehová e hicieron lo bueno a los ojos de Dios; ellos fueron: Abías, Asa, Josafat, Jotam, Ezequías y Josías. En general, resistieron invasiones, destruyeron los altares de Baal en los sitios altos, repararon el templo, y recibieron a muchos que abandonaron el reino de Israel. Del resto, unos mezclaron lo bueno y lo malo y otros hicieron solo lo malo a los ojos de Jehová.

El balance a lo largo de esos 344 años con 38 reyes no es para nada alentador. Este gran intento de establecer a Israel como reino terrenal terminó con la humillante esclavitud en Babilonia. Final paradójico éste, si tenemos en cuenta el llamado de Dios a Abraham y el anuncio de que, antes de cumplirse la promesa, su descendencia sería esclavizada y oprimida en tierra ajena por 400 años; como ocurrió en Egipto, de donde serían librados.

A estas alturas podemos cotejar lo que leemos en nuestra Biblia con las enseñanzas de los que predican que los cristianos estamos llamados a ser prosperados pactando con Dios como Él hizo con el antiguo Israel. 

¿Ignoran esos innovadores que es Dios quien pacta con el hombre y no a la inversa? ¿Quiénes somos nosotros para aconsejarle a Dios qué tiene que hacer para bendecirnos? ¿Es mérito nuestro que Dios en su soberana voluntad e incomparable gracia nos haya escogido en Cristo Jesús antes de la fundación del mundo? Pablo lo explica bien:

 “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. (…) Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (...)por lo cual también su fe le fue contada por justicia.
Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.”  

Si solo obedeciendo a lo que mandan aquellos predicadores permitiremos que Dios pueda ejercer misericordia con nosotros, sacarnos de la bancarrota, prosperarnos materialmente y sanar todas nuestras enfermedades ¿dónde ponen ellos el Evangelio de la Gracia predicado por Jesús y los apóstoles? 

LA PROSPERIDAD DE ISRAEL


Algunos estiman que las iglesias evangélicas enroladas en una o más de las muchas variantes del llamado ‘evangelio de la prosperidad’ ya superan la mitad del total; y que también crece el número de los que se apartan de esa corriente por sentirse defraudados en su buena fe. 


No se puede negar que es mucho lo que se ha escrito –y se sigue escribiendo- sobre este fenómeno que mueve masas de entusiastas seguidores y genera severas críticas.

¿Es la prosperidad material la única (o más deseada) meta para el ser humano? 

¿Debe el cristiano anhelar y obtener la prosperidad prometida por Dios en el Antiguo Testamento? 

¿Por qué el Evangelio de Jesucristo y sus apóstoles desalienta procurar las riquezas terrenales y aconseja las celestiales? 

EL CAMINO DEL SACRIFICIO
Mucho antes del nacimiento del antiguo Israel, las personas escogidas por Jehová Dios tuvieron que soportar duros sacrificios para obedecerle; me refiero a los que sentaron las bases de un pueblo visible; líderes que lo guiaron en medio de un mundo pagano y que murieron como peregrinos, sin entrar en la tierra prometida.

La única propiedad dejada a sus herederos fue –vaya paradoja- la tumba familiar; la posesión adquirida en un sitio de esa tierra prometida por Jehová Dios a Abraham. Allí sepultó el ‘padre de las familias de la tierra’ a Sara y fue sepultado por su hijo Isaac. En ella fueron sepultados después Isaac y Rebeca; Jacob sepultó allí a Lea. José, ‘el soñador’ vendido y dado por muerto por sus hermanos (que, siendo la mano derecha del poderoso faraón egipcio fue acosado sexualmente y calumniado por la mujer de Potifar, zafó del problema y salvó de morir de hambre a su familia), tuvo que recorrer un largo camino desde Egipto para sepultar a su padre.

Para esos escogidos de Jehová Dios, el sepulcro vino a ser un lugar de encuentro familiar; de llanto, reflexión y adoración. Durante esos días de sentido luto el único asunto era recordar esa comunión vital entre sus ancestros y Dios. Eran días de aprendizaje para herederos que no pugnaban en el reparto de la herencia, ni pagaban honorarios para que alguien oficiase de partidor. La herencia recibida era tan valiosa como intangible; requería recordar y grabar aspectos de la vida de sus progenitores; para después pasarlos a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.

La autenticidad del relato transmitido de generación en generación no estaba avalada por la prosperidad terrenal sino por un tipo de vida sobrio y sacrificado propio de quienes sabían en Quién esperaban. La confiada espera de la promesa era la condición necesaria y suficientemente para justificar cualquier privación momentánea. Y es aquí donde encontramos la clave: todos aquellos que creían en la promesa de Jehová Dios eran embargados por un temor reverencial que los humillaba y movía a la adoración. Escuchaban Su voz; sus corazones y mentes se ligaban a Él; como resultado, vivían esperando en Aquel a quien creían, a pesar de las circunstancias adversas.

Me pregunto si muchos de los cristianos que tenemos la Biblia como libro de cabecera estaríamos dispuestos a padecer algo parecido a lo que sufrieron los que obedecían a la voz de Dios. El texto bíblico nos revela que los creyentes genuinos no son precisamente los que dicen que la prosperidad terrenal es evidencia de la fe en Cristo.

¿CUÁL ERA LA PROSPERIDAD DE ISRAEL?
Es necesario sumergirse en la historia de los hechos de Dios por amor al hombre para llegar a conocer en qué consistía la prosperidad del antiguo Israel. Es imposible definirla en una corta frase. Para cumplir con la promesa dada a Israel Dios actuó en la Historia, esa que Él nos reveló – a judíos y gentiles por igual - en Su perfecto plan. Estamos hoy acercándonos al cumplimiento final de ese plan, a completar el puzzle gigantesco en el que cada pieza está constituida por un hecho previsto por el Creador y Redentor de la Creación.

Desde nuestro punto de vista actual sabemos que solo Dios estaba detrás de ese bebé que fue salvado de la matanza de niños hebreos, luego adoptado por la hija del Faraón egipcio, bautizado por ella Moisés, educado en la corte imperial, protegido en su huída al extranjero tras cometer un crimen, llamado tras cuarenta años para sacar de Egipto a la gran multitud de los que vivían como esclavos.

No se puede dejar de lado –por lo difíciles de creer– los hechos que suceden para terminar con la salida de los israelitas de Egipto. La orden de Dios a Moisés, el reiterado pedido de éste al Faraón para dejar ir al pueblo, las plagas, la milagrosa como azarosa partida de Egipto, la liberación de la multitud acorralada frente al mar; el cruce en seco de todos ellos y la destrucción del ejército de perseguidores que quedó sepultado en el fondo del mar.

Leer sobre la odisea de Moisés y Aarón guiando a los israelitas por el desierto es descubrir hasta dónde pueden llevar al ser humano la tozudez, la murmuración, la codicia y la rebeldía. Así, el viaje rumbo a la tierra prometida a Abraham cuatro siglos antes – que dado el número de viajeros y el volumen de bienes que llevaban consigo podría haber insumido a lo sumo unos pocos meses – les llevó cuarenta años. No pasa mucho tiempo sin que el pueblo murmurase por el largo viaje y pidieran regresar a Egipto. Extrañaban el pescado, los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos que comían siendo esclavos maltratados en Egipto, y no conformes con el maná que recibían del cielo cada día clamaban por carne. Cuando tuvieron codornices murieron por comer desaforadamente de ellas. Iban rumbo  “a la tierra que les había provisto, que fluye leche y miel, la cual es la más hermosa de todas las tierras”;pero sus mentes y estómagos los impulsaban a regresar a la antigua vida.

El salmista resume así la provisión divina en ese tiempo Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche. Pidieron, e hizo venir codornices; y los sació de pan del cielo. Abrió la peña, y fluyeron aguas; corrieron por los sequedales como un río. Porque se acordó de su santa palabra dada a Abraham su siervo.” 

A causa del pueblo contumaz que guiaba su siervo Moisés, más de una vez se encendió Dios en su justa ira. Ni siquiera el castigo merecido les hizo enderezar el rumbo y el pueblo deambulaba año tras año. La Ley que Dios le da a Moisés para que legisle con ella a los israelitas vino a poner un marco de necesaria contención. Sin embargo, aún con los Diez Mandamientos el pueblo siguió pecando; por murmurar su descontento ninguno de los que habían salido de Egipto pudieron entrar en Canaán. Tampoco entró Moisés, a quien Dios le permitió ver la tierra desde lejos. Un valiente Josué, acompañado por Caleb y el pueblo nacido en el desierto, entra a la tierra prometida tras cruzar en seco el Jordán y ver la caída de las murallas de Jericó, ambas obras divinas realizadas para alentar a los israelitas a conquistar toda la tierra en el temor del Dios Altísimo.

En este punto de la historia del antiguo Israel comienza el largo período donde actúan los jueces, sacerdotes, reyes y profetas. Es el que cubriremos en nuestra próxima nota para cerrar este capítulo. Pero, hasta aquí se va haciendo evidente que la prosperidad de Israel vista con los ojos del pueblo sacado de la inhumana esclavitud en Egipto no coincide con la visión de los siervos escogidos por Dios para conducirlo a la tierra de promisión. Mientras los israelitas ven a la prosperidad con un sentido de urgencia los líderes deben apelar a todos los medios a su alcance para apaciguar los ánimos y construir hábitos cotidianos en base a la esperanza.

El profeta Isaías arenga a los pocos israelitas justos que sufren a causa de líderes ambiciosos que deseaban aprovechar el hecho de que Dios fuese Su protector para tener éxito como nación y exhibirse con orgullo a las demás naciones en sus tiempos. Aunque son una minoría les insta a no desfallecer diciéndoles:  “Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.”   

Es sobre este fundamento que Juan, el precursor, siglos después amonestará duramente a sus contemporáneos:  “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.”   

Muerto Juan a manos del rey de los judíos (impuesto por el Imperio Romano) (10)  Jesucristo habla a la gente como el enviado del Padre. Para el Maestro de Galilea no había duda alguna: ser hijo de Abraham era algo más que cumplir con el rito de la circuncisión. Para Jesús no es lo mismo ser ‘descendiente de Abraham’ que ser ‘hijo de Abraham’. El primero lo es en la carne, el segundo por tener fe en Dios.

 “Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais.” 

En adelante, hemos de ver cómo la Promesa va dibujando en el Israel antiguo la persona y carácter del Mesías a ser encarnado en Jesucristo; cómo cobra realismo en el ‘kairós’ divino. Paralelamente, también veremos cómo los israelitas se afanan y desesperan con tal de anticiparlo en su ‘cronos’ temporal.

Ocurre que la prosperidad ha sido, es y será una constante lucha entre el ‘aquí y ahora’ del hombre y el ´dentro de poco’ y ‘en aquél día’ de Dios.

Los que buscan ser prosperados ‘ya’, reciben solo lo perecedero e imperfecto que amerita su obrar en la carne; mientras que los que buscan primeramente ‘el reino de Dios y su justicia’ no solo son prosperados por la eternidad, sino que reciben todo lo que Dios sabe que les conviene y necesitan para ser bendecidos cada día de sus vidas.